jueves, 25 de marzo de 2010

A PUNTO DE PARTIR

Contrario a lo que se puede pensar sobre una terminal de ómnibus en plena capital uruguaya, un ambiente tranquilo reina en la plaza de embarque de Tres Cruces.

Ingreso al lugar y lo recorro hasta encontrar una butaca libre en el fondo. Al sentarme y levantar la mirada, centro mi atención en un hombre de la tercera edad ubicado frente a mi. Espera sentado en una butaca de color rojo mientras ceba un mate, tranquilo, como haciendo honor a lo que es un buen uruguayo. Al lado de él, un oficial de policía traga su desayuno, apurado por terminarlo, pero no por irse de allí. Más alejado, un veinteañero vestido con vaquero y campera de jean, zapatillas y una gorra que no deja ver sus ojos duerme reposando su cabeza contra la pared. No hay sensación de impaciencia o inquietud entre las personas allí presentes.

El susurro proviniente del caminar de aquellos que se dirigen a sacar sus pasajes, el sonido insistente de los teléfonos que agobian a las agencias de viaje, sumado a la voz ocasional del altoparlante anunciando los arribos y las partidas, generan una sensación que no tiene contrapartida en estas tres personas.

Nada extraño pasa, aunque no tengo razón para esperar nada excéntrico. Todos esperan su partida pacientemente. El veinteañero continúa descansando, algunos aprovechan para comer algo, escuchar música o para hacer nada. Ninguno está ansioso por llegar. Miro hacia mi derecha y una muchacha con “onda” hippie le hace unas preguntas a una liceal de la cual no obtiene respuestas; por el ceño fruncido de esta última se nota que no entiende de qué le están hablando.

Uno de los altoparlantes indica la inminente salida de un autobus hacia un destino que no logro escuchar claramente; el veinteañero que estaba durmiendo profundamente (o al menos parecía) se levanta, abotona su campera de jean, carga su enorme mochila negra al hombro y se aleja. Es hora de partir.

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